miércoles, 15 de abril de 2009

Visión que surge del sonido para hacerse palabra…

Leonardo Vinci: Su notable poesía.

La poesía de Leonardo Vinci, posee una fuerza instintiva que, simultáneamente, sorprende y derrumba con su desnuda contundencia. Es una búsqueda trágica en su desesperanza:

“Cada rostro que pasa me lleva un poco, y el rostro que no veo es el alma de otro ciervo muerto.”

Posee un discurso directo y un lenguaje sencillo, cotidiano pero; tan sutilmente elaborado en su complejidad de significaciones que, penetra en el alma del lector de manera instantánea e imperceptible; sin recovecos lógicos, sólo a través de imágenes tan diáfanas que recuerdan la forma luminosa y simple del Haikú:

“Detrás de las palabras había otras palabras, y detrás otras, y detrás estabas vos, como un mantra, como un dibujo de Miró flotando sobre el respaldo de la silla”

Imágenes que quedan grabadas, esculpidas en la emotividad de quien los lee. Destellos que capturan la atención por su perfecta y luminosa movilidad.

Poeta visual, sin duda alguna. Guiado por las formas; atraído por los volúmenes, las dimensiones y los trazos que la naturaleza revela a su condición de artista plástico. Construye su poesía, dependiendo el aliento anímico que lo guía, en estructuras versificadas de gran movilidad o bien, utilizando el poema en prosa, forma en la que fluye con mayor amplitud y eufonía. Acercándose al estilo de Rimbaud en la combinación de versos armónicos y extensos.

Hábil modelador del lenguaje, con palabras construye imágenes que brillan insertas en un discurso profundo, definitivo y solitario que evoca la tragedia existencial. Reflexión que se acerca en su desolación a Cesar Vallejo y en su luminosidad a Walt Whitman. Combinación original por difícil e insólita que logra, debido a su rareza, un efecto estético adicional.

Poeta de personalidad y presencia notables, frente a la cual el lector no puede quedar indiferente. Poesía cautivadora que secuestra en su aliento. Como este poema, donde las imágenes se precipitan igual que el aire atrapado entre las paredes de un cañón:

“No por casualidad la noche deja ver esas cosas que la luz del día no. La tarea de imaginar tu rostro según penumbra, tu rostro quieto y saliente clavado en lo lejos como un silencio animal. Esa línea que bajaba por tu frente y se hundía vertiginosa entre los ojos, arrojándose decidida después
por la nariz, quizás hacia el infierno de las líneas. Ese zig zag viviente de tu cara incrustada en la membrana del anochecer era parecida al garabato de un niño, o al trazo que describe un látigo en el aire, no lo sé.“


Y que Vinci resuelve en un vuelco extraordinario y contradictorio encontrando salida hacia el espacio abierto:

“Acaso arreaste con tu mano el cabello a la zaga como una de las últimas visiones; en más, casi tuve que adivinarte entre sombras. Y eché mano al recuerdo para aliviar tales transformaciones al intentar mirarte, desde bestias y dioses de fábulas hasta manojos locos de puntos luminosos"

Aire que se arremolina, la sensibilidad de Leonardo Vinci está atrapada entre la dureza de la realidad y lo etéreo de su visión creativa. No en vano el oficio que define en su ejecución repetida y cotidiana a la persona. Y que incrusta en cada molécula su carga de sentidos. En su poesía leemos al escultor con su visión transformadora, enfrentado a la dureza de la piedra, tratando de extraer lo móvil de lo inerte. Aire que choca contra el talud de una montaña, o que se enreda y ruge en un acantilado. Leonardo Vinci se precipita en las palabras, se eleva y fluye en las palabras, se purifica en las palabras. Y se asemeja a Prometeo, encadenado, más no por llevar fuego sino espacio.

Un gran hallazgo dentro de la poesía contemporánea.

(Ir a comentarios para lectura de sus textos completos)

2 comentarios:

Ivonne De la Peña dijo...

Poemas de Leonardo Vici.

I
Detrás de las palabras había otras palabras, y detrás otras, y detrás estabas vos, como un mantra, como un dibujo de Miró flotando sobre el respaldo de la silla...

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II

Ya sé que no estás de humor,
pensar que a veces me llamaste fatalista.
Pero pienso que a pesar de todo
sí fuimos una familia.
Éramos vos, yo, y poco.
Recuerdo que una noche
lo quise matar en su cuna,
y vos te opusiste enérgica
y yo me contuve.
Después creció
y fue entonces
demasiado poco,
lo mimábamos,
andaba por todos lados
y hasta dormía entre
nosotros.
Con el tiempo,
sus primeras palabras
lo fueron convirtiendo
en casi nada.
Nos turnábamos para dormir
debido a sus pesadillas,
y aunque a veces
logramos entornar su puerta
ni hablábamos
para no despertarlo.
Ya entonces
nos podía a los dos,
devoraba como una fiera,
y todos nuestros esfuerzos
fueron insuficientes.
Ahora, nada,
vive un tiempo con vos
y un tiempo conmigo,
a veces vos te quedás
con ese poco de nada,
y yo con nada de a poco.
Está tan grande y fuerte
que hasta me asusta,
pero,
¿querés que te diga aunque
no estés de humor?,
debimos haber sido
cómplices de homicidio
aquella vez,
ser victimarios aunque
no faltase quien nos culpara.
Porque al final
hemos dado todo por nada,
pero debimos haberlo hecho por poco.
__________________________________
III

Habías dicho una palabra, después otra, y entonces comenzaste a hablar.
No por casualidad la noche deja ver esas cosas que la luz del día no.
La tarea de imaginar tu rostro según penumbra, tu rostro quieto y saliente
clavado en lo lejos como un silencio animal. Esa línea que bajaba por tu
frente y se hundía vertiginosa entre los ojos, arrojándose decidida después
por la nariz, quizás hacia el infierno de las líneas. Ese zig zag viviente de
tu cara incrustada en la membrana del anochecer era parecida al garabato
de un niño, o al trazo que describe un látigo en el aire, no lo sé.
Habías comenzado a hablar pero el silencio continuaba. En realidad no
decías nada, sólo balbuceabas en mi cabeza, como si te estuviera leyendo
a instancias de la soledad. Acaso arreaste con tu mano el cabello a la zaga
como una de las últimas visiones; es más, casi tuve que adivinarte entre sombras.
Y eché mano al recuerdo para aliviar tales transformaciones al intentar mirarte,
desde bestias y dioses de fábulas hasta manojos locos de puntos luminosos.
___________________________________

IV

Rosa de nieve, que se hace agua para la sed de la noche.
No hay peor noche que la que transcurre arrastrándose, dilatando el día, ejerciendo el apego a la oscuridad,... reteniéndonos un poco como el ahogo, ese instante en el que uno no sabe si saldrá de él o no.
El atisbo de la vida se presenta de a pantallazos en tales circunstancias, un fragmento de "algo", zigzagueante entre ambos lados de una línea trazada con mano maestra. La espera, la sed, la incertidumbre.
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V

Un hombre sin sentido

Un hombre sin sentido, a simple vista,
un hombre como cualquiera.
La muerte me saca a patadas de la cama
aun siendo de noche,
gritándome palabras en un idioma desconocido,
me saca de una oscuridad
y me lleva a otra;
y ahí va la realidad, ésa cicatriz,
como la ingenua línea que separa
el cielo de la tierra,
ése sedimento del pensamiento.
Es ese dolor que lo atraviesa todo,
a veces yo no soy yo,
soy ése dolor mismo, disimulado por mí,
atenuado por el alboroto de los demás,
confundido con el agitarse de la naturaleza.
Hay algo que es mío y que también está
en la periferia, entra y vuelve a salir,
y siempre salta la grieta
por la que han caído los sentidos.
Las palabras de la muerte son oblicuas,
y también se curvan como el tiempo,
como la piel del hombre dormido,
el hombre de sal.
Sólo hay aire, y el aire empuja
la palabra de la cuerda hacia fuera,
y lejos de lo sensorial permanece,
constantemente irregular, creando formas.
Un hombre sin sentido es,
en apariencia,
un hombre como cualquiera.
Es ése dolor, que en éste mismo momento
estoy disimulando.

(rescatado de un naufragio)
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VI
Por momentos

El volumen de tu cara oscura, escasamente vertical, y el calor abovedado e insoportablemente opaco. En el hálito apretado y sordo, algunas imágenes ondean flemáticas como moluscos, cada punto luminoso que emerge se disuelve en la mirada. Ni siquiera todas las palabras de la conciencia juntas alcanzan para definir nada, sino manotazos de respiración, y ése aliento que hace brotar pequeños tigres juguetones. Repasan vagabundos los dedos de memoria el broquel que te cubre, esa especie de cosmos improvisado, como una tarde por la plaza del Burg o el mercado. Como en un giro continuo tu cabeza ciñe inclemente la frazada que va y se pierde detrás de las rodillas alzadas, mientras los muslos se apean desnudamente abandonados. A pocos segundos de ahí el cuadrado de la ventana tiene incrustado el cielo, brillante o negro como si fueran la misma cosa, adyacente, remoto.
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VII

Los ciervos muertos
El cielo y el infierno se separan por astas de ciervos muertos, no sé cual es la distancia entre ambos, no sé si hay distancia. Las rejas danzan el fuego fatuo en el café del medio día, dos perros de vidrio azul que estallan en pedazos. Cada rostro que pasa me lleva un poco, y el rostro que no veo es el alma de otro ciervo muerto. La fuerza del pasado es un barrilete de mudos ojos claros, cada sorbo caliente un viento de cola, y casi por casualidad también tu mirada, que se cae al piso del estante con esa aureola amarilla que rodea a las cosas viejas. A veces quiero que el tiempo pase rápido, a veces no quiero, el tiempo, ésa jaula loca de recuerdos. Cualquier sílaba en el aire tapa la palabra, y la cuchara hunde el desamor en las entrañas del azúcar; cada mañana una cereza, cada mañana en la dulce boca del delirio. Aunque más no sea el viento, el retorno blanco del eco de pisadas; así terco como este fósforo de mierda que no prende quisiera dormirme sobre el enjambre de tu pelo. La lengua brota amarga y clandestina en el penumbroso amor bajo la lluvia, granizan miradas en la calle y el empedrado que duerme. No me puedo sacar de la cabeza un viejo que me dijo, que estaba muy fresco para andar sin poncho. En la memoria se mezclan aullidos negros con besos de arena, como si fueran surcos en la miel, osamentas crujientes, y el gallego que le viene en la mano temblando el posillo de café. El silencio animal desafía todas las palabras del mundo, sus ojos fijos colgando del cielo, a un costado, como dos pájaros muertos.

(Tomados de sus Notas en Facebook)
Leonardo Vici

Ivonne De la Peña dijo...

Nota aclaratoria:
Fé de erratas:
1) Los poemas que aparecen con anterioridad son de Leonardo Vinci y no Leonardo Vici.
2) Hacia el final del poema III, en el verso que dice: Acaso arreaste con tu mano el cabello a la zaga
como una de las últimas visiones; es más, casi tuve que adivinarte entre sombras. En lugar de ES más, debe leerse EN más.
Una disculpa.